El problema de esta nuestra sociedad insular es que no existe estructura, tejido. En un artículo publicado en la extinta revista Disenso, Fernando Sabaté acusaba directamente a ATI de dinamitar el incipiente movimiento social en Tenerife a principios de los 80.

En la siguiente década, recuerdo la madrugada que el alcalde de Santa Cruz, José Emilio García Gómez (ATI), mandó las palas a derribar la combativa ciudad juvenil (donde ahora se levanta el Centro comercial Parque Bulevar, el que construyó Plasencia, imputado por Las Teresitas). El alcalde se presentó en bata y babuchas, como un triunfo. Desde entonces lo bautizaron Pantuflo.

En este otro texto, publicado por la revista digital de Geografía de la Universidad de Barcelona Scripta Nova, Sabaté Bel y su compañera de departamento, Luz Marina García Herrera, sostienen: «el bloque de poder tradicional dominante en Tenerife va fraguando, desde finales de los ochenta, un proyecto lento pero sostenido, que busca pacificar primero, y subordinar políticamente después, al movimiento vecinal urbano. Y en Tenerife, es Santa Cruz el lugar de ensayo, a través de mecanismos de control caciquil y clientelar, de esta estrategia que se extiende años después a La Laguna y otros municipios insulares importantes bajo su control».

Esta pacificación, primero, y subordinación política después se traslada a todos los ámbitos de la sociedad insular. Basta hojear uno de los tres periódicos tinerfeños: no informan. Si el fin del periodismo es contarle a la gente las cosas que le pasan a la gente, no lo están haciendo. Hace diez años, cuando trabajaba en el Diario de Avisos, nunca habría creído que el periódico sería comprado por el ex alcalde imputado por corrupción Miguel Zerolo, pero así ha sido.

En Tenerife parece normalizarse lo que en otro sitio nos parecería intolerable.

Cuando Dulce Xerach Pérez, ya sin cargos públicos, termina por desembarcar en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz (su antecesora Miriam Durango siempre fue vista como una de sus extremidades) afirmó: No volvería a la política ni loca. Bueno, está bien para alguien que ¿en diez años? fue consejera insular de Cultura, viceconsejera de Cultura y Diputada en el Parlamento de Canarias, todo con ATI.

Alguien que representó como nadie lo que Adrián Alemán denomina cultura ovni «descontextualizada y cara». Suyas fueron ideas como una película sobre Óscar Domínguez (5 millones de euros y un fracaso absoluto); los premios de novela Anagrama (30 millones de pesetas que fueron a parar a tres escritores que ya publicaban en la editorial); la delirante Bienal de Arquitectura, Arte y Paisaje o ese caos llamado Canarias crea, que más de uno llama desde hace tiempo Canarias crea confusión por su indefinición.

Dulce X. Pérez fue el ejemplo más claro de nuestro «megalómano espejismo de una sociedad supuestamente moderna», como define Adrián Alemán a este período de frenesí. Suyo fue el empeño de un centro de arte contemporáneo diseñado por los arquitectos de la New TATE Modern. Unos 50 millones costó el TEA de Herzog y De Meuron. Hoy no tiene director, no adquiere obra y no expone la plástica contemporánea. Se ha convertido en el salón de té de la oligarquía tinerfeña. Exponen sus amigos: el «artista autodidacta de tardía vocación» Alejandro Tosco y Felipe Hodgson, «todavía peor que Tosco», escribe la crítica Elena Vozmediano en El Cultural de El Mundo.

Cuando Dulce X. Pérez, que fue todo en la política cultural de los años del pelotazo, dice «no volvería a la política ni loca», debe tener en cuenta que si está en el Círculo es porque fue/ha sido/será quien es en el entorno de ATI-CC.

En una sociedad con tejido, en una sociedad compleja y crítica; con un sector cultural que no hubiera sido pacificado, primero, y subordinado políticamente después, Dulce X. Pérez debe saber que nunca habría llegado a la dirección del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz. Lo hizo por la escuadra, como entraron Tosco y Hodgson en el TEA.

 

El otro como solución

Los artistas plásticos han entendido que deben ocupar un espacio que les corresponde. Exigen democracia participativa, hablan de empoderamiento y de un nuevo marco de relaciones sociopolíticas. Se reúnen para tratar de todo esto en la Asociación de Trabajadores y Trabajadoras del Arte (ATTA). Reconocen en el otro la única posibilidad: «El medio social del arte ha permanecido, posiblemente propiciado por consignas culturales, fuertemente individualizado. Ese tiempo debe considerarse concluido», escribe Adrián Alemán.

El otro y las relaciones con el otro, la formación de alianzas, cooperaciones, encuentros y comunidades es la única vía para establecer una nueva narrativa.

«Esta crisis, que ya nadie percibe como exclusivamente económica, ha puesto en evidencia la carencia de estructuras sociales y cuerpos colectivos que vehiculasen la capacidad de respuesta, pero sobre todo que ayudasen a visibilizar colectivos sociales específicos, formados, con capacidad crítica, con propuestas claras que emanan del propio tejido productivo, y que dispone de herramientas de participación. El tiempo de la re-presentación profesionalizada se halla en decadencia. Nos constituimos como cuerpo colectivo conscientes del poder del consenso que hasta ahora se percibía en conversaciones dispersas, y del necesario esfuerzo de mediación y conciliación que exige una verdadera cultura democrática», añade Adrián Alemán.